viernes, 31 de diciembre de 2010

El Siglo de Oro de la poesía taurina

Para el aficionado español o mexicano, la poesía taurina, lo mismo que la música, la plástica o el cine relacionados al mundo de los toros, puede no ser más que un complemento de la fiesta, una de las tantas ramificaciones de determinada forma de expresión estética en otra, eso que en teoría del arte llamamos intertextualidad y transposición. Pero para el aficionado de un país en el que ya no se celebran estos espectáculos, para alguien que no ha asistido desde niño siquiera a modestas novilladas sin picadores, todo ese mundo colateral a la fiesta puede convertirse en el centro de una extraña y perpetua afición. De más está decir que estoy hablando de mí mismo y de lo que veo, brumosamente, como el germen de mi pasión por los toros: el Llanto por Ignacio Sánchez Mejías leído a una edad incomprensible en una bochornosa siesta de un verano platense, Tyrone Power (su doble) toreando por navarras en la versión de 1941 de Sangre y arena, mi abuela tarareando El niño de las monjas o El relicario... Después vendrían las primeras corridas televisadas, “vía satélite”, que se transmitieron en la Argentina con “El Cordobés”, Palomo Linares, Paco Camino: todo mucho antes de que pudiera ver en cuerpo y alma una corrida de toros. Quizás en España o en México o en Ecuador se ignora lo difícil que es ver nacer y después sostener una afición en un país donde no hay toros, y cuesta entender el consuelo que a veces encontramos los aficionados en ese mundo circundante a la tauromaquia. Sería exagerado decir que mi vocación por la poesía es una consecuencia de mi atracción por los toros, pero sí puedo afirmar que aquellos poetas que tocaron el tema taurino estuvieron desde siempre en mi biblioteca, más allá del juicio global de la crítica sobre sus obras.

Si en aquellos años de mi naciente afición hubiera tenido en mis manos El Siglo de Oro de la poesía taurina de Salvador Arias, creo que mi vida hubiera sido otra. Entonces me conformaba con lo que iba encontrando aquí y allá de García Lorca, Rafael Alberti, Miguel Hernández, y también de algún argentino como Enrique Larreta, cuyo hispanismo a ultranza resultaba tan chocante a gran parte de la intelectualidad de mi patria. Creo que la primera antología de la poesía taurina que entró en mi casa fue la de José María de Cossío Los toros en la poesía castellana. Estudio y antología, la versión “actualizada” (por no decir censurada) de 1944 de aquella anterior de 1931, parcial e incompleta a mi gusto (qué extraña la exclusión del de Orihuela), pero nimbada por el prestigio de quien había escrito su monumental obra Los Toros, tratado técnico e histórico, cuyos enormes volúmenes, tan difíciles de manipular, están hoy también en mi biblioteca, al lado ahora de las dos ediciones de El Siglo de Oro de la poesía taurina, antología de la que ya dije, en una primera impresión (y en esto hemos coincidido, sin saberlo, con Pedro Montero), que era para mí otro verdadero Cossío.

El Siglo de Oro de la poesía taurina es una ambiciosa obra coordinada por Salvador Arias Nieto, flamencólogo y taurólogo santanderino a quien recientemente hemos incorporado como Catedrático Correspondiente a la Cátedra Libre de Cultura Andaluza de la Universidad de La Plata. Contó Arias Nieto con la colaboración de un comité literario integrado por Conchita Santamaría Guillén, Carmen Postigo San Emeterio y Enrique Torre Bolado. Respecto a la primera antología, publicada en 2003, esta se nos hace más honda, larga y de mayor trapío, sin llegar a ser un toro de romana, pese a sus más de 900 páginas, sus 486 poemas y sus 334 poetas. No se trata de una recopilación de todo cuanto se escribió en poesía sobre los toros, tarea imposible de realizar, y ni siquiera de todo cuanto se tiene conocimiento que se compuso, ya que son muchos los autores y obras que han quedado soslayados. Se trata, en el sentido etimológico del término, de una verdadera antología, de lo que se ha considerado la flor (y nata) de la temática táurica, sin dejar de lado a los que se han manifestado en contra de la Fiesta Nacional. En este sentido, El Siglo de Oro de la poesía taurina hace gala de una amplitud de ideas y de tolerancia hacia los enemigos de la fiesta que difícilmente podamos hallar entre los antitaurinos. Por ello advierte Salvador Arias que la obra incluye “poemas protaurinos, que alaban la fiesta o enaltecen el valor de quienes participan en ella” pero que “también los hay rotundamente antitaurinos”, mientras que “otros, en cambio, tienen un carácter predominantemente táurico, pues se centran más en la figura del toro como animal que como elemento del toreo, y son numerosos los que utilizan el tema taurino como recurso alegórico para tratar otros contenidos”. Prevalecen, afortunadamente, los del primer grupo, pero esta amplitud de criterio ha permitido que ingresen poetas tan refractarios como Juan Ramón Jiménez y Luis Cernuda.

¿Cuál es el “Siglo de Oro” de la poesía taurina? Sin duda, el mismo “Siglo de Oro” del toreo, el siglo XX. La poesía clásica que recogen otras antologías está a veces tan apartada de nuestros gustos estéticos como el toreo de los siglos XVIII y XIX. La poesía de Moratín, por ejemplo, tiene el sabor de los tiempos de las banderillas de fuego y los toros desjarretados (suerte en la que eran muy hábiles mis paisanos de esos siglos). Salvador Arias justifica el título en la aparición, a comienzos del XX, de Manuel Machado, quizás el primer poeta taurino del siglo, en medio de una generación vacilante, la del 98, con exponentes tan taurófobos como Pío Baroja; la rivalidad entre Joselito y Belmonte, de donde deriva el toreo moderno; la estrecha amistad entre toreros e intelectuales y el decisivo impulso que le dio la Generación del 27 al tema, con la excepción ya apuntada de Cernuda; la trágica inspiración que produjeron las muertes de tres toreros impares, como fueron Joselito El Gallo, Ignacio Sánchez Mejías y Manolete; la figura solitaria de Miguel Hernández y el renovado interés de los poetas de la posguerra, como Gabriel Celaya, Blas de Otero y José Hierro. También es síntoma de que es el XX el Siglo de Oro de la poesía taurina la aparición de varias antologías: la ya citada de José María de Cossío (1931 y 1944), la de Rafael Montesinos (1960), la de Mariano Roldán (1970 y 1990) y la de José Manuel Regalado (2004).

Explicado el título, vale la pena comentar brevemente el acierto del subtítulo de la obra: Antología de la poesía española. Porque como dice Francisco Javier López Marcano, “pocos son los literatos y grandes hombres de letras que no han sucumbido a la atracción que provoca la fiesta de los toros y todo cuanto conlleva a su alrededor de leyenda, hechizo y arte. La riqueza plástica que encierra el toreo ha dado rienda suelta a la imaginación de escritores de todos los tiempos y latitudes. Y es que la intrínseca seducción que acompaña a la fiesta representa el mejor campo de cultivo para hilar adjetivos y palabras como sólo los grandes poetas saben hacerlo”. En este caso se cumple, pues, lo que tantas veces se ha dicho: que toda antología de la poesía española será también un viaje por el mundo de los toros; y toda antología de la poesía taurina recorrerá la historia entera de la poesía española.

Luis Jiménez Martos, en un simpático librito titulado Tientos de los toros y su gente, al que cada tanto me entretengo en releer, habla del “Norte, Centro y Sur de los toros”. Del norte, de las tierras de Navarra, viene el toro bravo y su lucha con el hombre, combate y juego que en el centro, en la Corte, se convierte en deporte para la nobleza y entretenimiento para el pueblo. Y siguiendo viaje hacia el sur, recupera su carácter popular y se transforma en verdadero arte. ¿Y qué sucede, mientras tanto, con la poesía? El tópico diría que es el Sur, Andalucía, el eje de la poesía taurina. Y la enorme cantidad de poetas andaluces antologados (147 sobre un total de 334) parecería asegurarlo. Pero Salvador Arias arranca su estudio introductorio con una afirmación polémica, aunque digna de profunda reflexión: Cantabria es el eje fundamental de la poesía taurina del siglo XX. Allí vivieron (convivieron) entre 1920 y 1977 dos entrañables amigos: Gerardo Diego, “el más aficionado y de aliento más sostenido” de entre los poetas taurinos, y el historiador y crítico literario José María de Cossío. Así, en la biblioteca de La Casona de Tudanca se encuentran hoy manuscritos tan importantes como el de El alba del alhelí de Alberti, donde se incluye su poema “Joselito en la gloria”, y el del Llanto por Ignacio Sánchez Mejías de Lorca. Si se quiere, todo un símbolo.

Un capítulo importante del estudio preliminar es el que Salvador Arias le dedica a las antologías anteriores, comenzando por las ya mencionadas de Cossío, cuyos criterios de selección (y de exclusión) mucho tuvieron que ver con sus ideas políticas. Así, la ausencia de Hernández, que fue su estrecho colaborador y al que salvó de la pena de muerte, si bien no de que muriera de pena. Le sigue a las de Cossío la de Rafael Montesinos, seria, enjundiosa, pero limitada a siete autores. Luego las de Mariano Roldán, con 120 escritores, algunos desconocidos hasta entonces, en su primera versión; y más de 300 en la segunda, incluyendo poetas de diversas nacionalidades. Y finalmente la de José Manuel Regalado, bien comentada pero circunscripta a 21 autores españoles. Sin duda todas ellas fueron consultadas por Salvador Arias y por el Consejo Literario Asesor, quienes revisaron y analizaron más de 5000 poemas de temática taurina, de los que resultaron aptos para esta lidia literaria una décima parte, de acuerdo a criterios de “calidad artística, belleza y originalidad, más la riqueza y expresividad del lenguaje”.

Tal vez lo más difícil de reseñar sea la antología en sí misma, y es probable que la obra se resista a una lectura lineal. En todo caso, cada lector le imprimirá sus propios criterios de recepción, por autor, por tema, por movimiento literario, por época, por región, por forma compositiva. Para ello ayudan los índices a los que nos referiremos más adelante. Creo que nadie se sentirá defraudado en el sentido de que los nombres que obligatoriamente tienen que estar, están; son los infaltables: Manuel Machado, Lorca, Alberti, Gerardo Diego, Villalón, Bergamín; pero también están otros que pueden significar una sorpresa: Carmen Conde, García Baena, Claudio Rodríguez. Quienes prefieran a los clásicos se encontrarán con los nombres de José María Pemán, de Moreno Villa, de Villaespesa; y quienes se inclinen por los modernos, podrán hallar a García Jiménez, Carlos Marzal o Carmen Albert. La antología contiene a autores académicos como Dámaso Alonso, Pereda y Buero Vallejo; y mediáticos como Fernando Fernán Gómez y Joaquín Sabinas… En materia ideológica también hay para todos los gustos: poetas de izquierdas: Miguel Hernández, José Hierro, Gabriel Celaya; y de derechas: Muñoz Seca, Rosales, Sánchez Mazas. Hay Premios Nóbel (Aleixandre y Juan Ramón), Premios Cervantes (García Nieto, Guillén, Umbral), poetas de las más variadas profesiones (farmacéuticos como León Felipe, militares como Alonso Alcalde, religiosos como Robles Febré; por supuesto, también toreros: Mario Cabré, Rafael de la Serna). Todo ello no hace más que corroborar la extraordinaria penetración del tema taurino en todos los intersticios de la vida cultural y social española.

Ya en otras reseñas bibliográficas ha llamado la atención la inclusión de una variada documentación adicional: una inédita clasificación en forma de mapa político de la España poética taurina (el Sur, el Norte y el Centro de Jiménez Martos) y numerosos índices que facilitan la labor de consulta e investigación de la antología. Éstos índices van desde los clásicos alfabéticos de autores y de obras, al cronológico, el topográfico de poetas por comunidades autónomas, el temático y el onomástico. De todos, resulta particularmente útil el índice temático, que clasifica las composiciones en los siguientes grupos: el toreo como pretexto alegórico; el torero, con dos subdivisiones: figura y sentimiento y toreros famosos; el toro como protagonista de la fiesta; y finalmente la fiesta, con varios subtemas: esencia del toreo, encuentro toro-torero, el ambiente, otros elementos, suertes y pases, otros ámbitos. En la sección donde se clasifican los poemas dedicados a figuras del toreo encontramos numerosas curiosidades. Por ejemplo, la enorme cantidad de composiciones dedicadas a Manolete, ampliamente el más cantado y llorado de quienes se mencionan en la antología, como así también un buen número de poemas consagrados a espadas actuales: José Tomás y Joselito, entre otros. Curiosamente no hay poemas sobre otras figuras que tienen sus adeptos y sus detractores, pero que indudablemente hacen peso en el mundo del toro: José Tomás, Enrique Ponce, El Juli. No resulta sorprendente que encontremos poemas para Curro Romero, Rafael de Paula o Paco Camino, pero se han ido sin tocar pelo Diego Puerta, Dámaso González y El Viti, si no he leído mal. En esto no podemos abrir juicio, pues la libertad de composición poética es en estos casos soberana. A lo sumo desafiar a los poetas que lean esta sencilla reseña a enriquecer alguna futura edición con esos temas.

Y a propósito de lo anterior, y pese a la titánica labor realizada, creo que aún no está puesto el punto final: que a esta corrida le falta aún el sobrero de regalo que cada vez con más frecuencia se ve en la temporada de México. Y ese sobrero es, precisamente, la poesía hispanoamericana. Sin pretender superar los nombres consagrados de las letras españolas, hay no obstante en América otros que se les pueden poner a la par, así como la tauromaquia americana produjo figuras capaces de igualar a las peninsulares, como fueron los casos de Rodolfo Gaona, Carlos Arruza, César Girón o César Rincón. Y esto también porque creo que España e Hispanoamérica no son realidades diferentes, y menos cuando de toros y de poesía estamos hablando. Queda, pues, el desafío de subtitular a la próxima edición de El Siglo de Oro de la poesía taurina como Antología de la poesía española e hispanoamericana. Porque si los toros han podido inspirar a poetas de lengua inglesa (Byron), alemana (Rilke) o francesa (Cocteau), mucho más aún a los de esta enorme comunidad que habla el castellano y que ya no debería separarse en españoles, mexicanos, venezolanos a argentinos, sino como quería Arturo Uslar Pietri, en ciudadanos de las Repúblicas de Cervantes.

 
Guillermo Pilía (La Plata, Argentina, 1958) es egresado en Letras y escritor. Director de la Cátedra Libre de Cultura Andaluza de la Universidad Nacional de La Plata y titular del Aula de Taurología “Ignacio Sánchez Mejías”.

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